Tomamos palabras de Alejandro, uno de sus hijos:
Mi padre fue uno de los primeros veterinarios del noroeste bonaerense en hacer cesáreas a las vacas y salvar las dos vidas, la de la vaca y la del ternero”.
“Superó más de un millón de tactos rectales sin ecógrafo. Conoció gente que captó su forma humana de encarar las cosas y le dieron, no solo miles de vacas para manejarles la reproducción, sino su confianza y lo acompañaron con su amistad y lo ayudaron muchísimo. Después de tanto desgaste físico se introdujo plenamente en su pasión que era el mejoramiento genético a través de la inseminación artificial, primero con semen fresco para mejorar la productividad, después llegaron las pastillas congeladas, las pajuelas identificadas y luego los embriones congelados… y ahí empezó con su pasión a la que nunca más abandonó”. “Fue a EEUU por primera vez hace 35 años, sin celular, sin GPS, sin tarjeta de crédito y sin hablar una palabra de inglés. Se movió por el mundo, cosechó amigos en todos los continentes y a fines de los 80 dejo su profesión para traer la mejor genética bovina Angus y Holando al país, legado que se cumple hasta el día de hoy. Dentro de la empresa siempre buscó la calidad humana y ayudar a quien lo necesitaba”. “Supo delegar en sus hijos la dirección de la misma en el momento oportuno. Algunos lo llaman suerte, pero el siempre creyó que la suerte no existe si no le pones acción y dedicación a todo lo que uno hace”.