Junio 2020

Medio ambiente 

El COVID demostró que las vacas no son culpables

Ing. Agr. M. Sc. Adrian Bifaretti, IPCVA

Lic. Eugenia Brusca, IPCVA.

 

Pese a que la industria de la carne siguió trabajando con normalidad, los niveles de contaminación del planeta disminuyeron notablemente.

 

El ataque que sufre desde hace algunos años la producción de carne por parte de ambientalistas, con argumentos de dudosa validez científica, tiene un punto de inflexión en la pandemia de Covid-19. Pese a que la industria de la carne siguió trabajando con normalidad, los niveles de contaminación del planeta disminuyeron notablemente.

Nuestro país, además, posee una producción ganadera que propicia la fijación de carbono y posibilita neutralizar las emisiones de otros sectores de la economía. La ganadería argentina no solo no perjudica el medio ambiente, sino que vuelve sustentable a todo nuestro sistema económico.

Los últimos meses se caracterizaron por el confinamiento general y la reducción drástica de muchas de las actividades del día a día. De todas las líneas de producción afectadas por el brote del COVID-19, la cadena de ganados y carnes se encuentra dentro de las actividades esenciales en esta crisis. Y de hecho continúa brindando y garantizando este alimento emblemático para los argentinos a lo largo y ancho del país.

Bienvenida esta posibilidad que se le presenta y que está aprovechando, ya que durante los últimos años el sector de ganados y carnes viene siendo epicentro de debates públicos en el mundo, catalogado como uno de los principales causantes del cambio climático. Precisamente otra de las caras de esta pandemia ha revelado que la cadena de ganados y carnes no es ni de lejos una de las principales causantes de ello.

El continuo castigo que sufre desde hace unos años la producción de carne vacuna, particularmente a nivel internacional, por parte de diferentes instituciones, organizaciones y movimientos, con planteos ideológicos y con argumentos de dudosa validez científica podría tener un punto de inflexión, en función de las evidencias de mejoramiento ambiental, aun cuando las vacas de todo el mundo han seguido haciendo su trabajo en plena pandemia.

La pandemia y su revelación en la emisión de GEI

Cuando se analizan los datos de los niveles de contaminación durante la cuarentena obligatoria sufrida por el mundo entero, los registros de organizaciones como la Agencia Espacial Europea o la mismísima NASA demuestran que durante los últimos meses los niveles de contaminación del planeta han caído de manera formidable.

Concretamente, desde los momentos previos a este mundo en suspenso, la NASA ha dimensionado un descenso entre el 20% y el 30% de las emisiones de emisiones de dióxido de nitrógeno en países como Italia, China y EEUU donde el covid 19 complicó el normal funcionamiento de plantas de energía, buena parte de la industria y afectó mucho el normal desenvolvimiento del transporte. (Fig 1).

 

Fig 1 (se encuentra a la derecha):  La NASA confirma caída de las emisiones de gases de efecto invernadero en China por el coronavirus.

El desplome del dióxido de Nitrógeno es patente desde el espacio y hay que recordar que la principal fuente de las altas concentraciones de este gas es el uso de combustibles fósiles en el transporte, la industria y la calefacción

Varios análisis indican que estamos viviendo una caída sin precedentes en la emisión de CO2, uno de los principales gases contaminantes que causan el cambio climático. Buena parte de su disminución está relacionada con el freno del transporte terrestre a nivel global. Así se desprende de un artículo de la BBC que aborda la problemática del coronavirus y el cambio climático. 

Las menores emisiones de CO2 a la atmósfera están relacionadas también con el menor uso de energía entre otras cuestiones de peso. La Agencia de Energía Internacional, por ejemplo, ha hecho estimaciones que durante este año el mundo usará un 6% menos de energía. Eso equivale a que se deje de utilizar toda la demanda energética de India, un país industrializado con casi 1.700 millones de habitantes. De manera análoga, varios análisis del portal especializado Carbon Brief muestran que este año las emisiones de CO2 disminuirán entre un 4% y 8%, lo que representa entre 2.000 y3.000 millones de toneladas menos de este gas en la atmósfera.

 

Bajo las patas del ganado hay mucho carbono por contar… 

 

Esto no hace más que demostrar que la ganadería, y con ello la producción de carne, no es la mayor responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero, quedando en evidencia que otras actividades como la producción de energía, el transporte o la industria a gran escala en muchos países con poder político, tienen mucha mayor responsabilidad en el cambio climático de lo que definen metodologías validadas solo parcialmente en función de los intereses predominantes en juego.

Si se computan las emisiones globales de todos los sectores de la economía, las emisiones agropecuarias de Argentina explican entre 0.5 – 0.6% de las emisiones globales; una cifra muy poco significativa a escala mundial. A pesar de ello, vale profundizar en el enfoque que plantea Ernesto Viglizzo, uno de los máximos referentes y expertos en el tema en Argentina. Sostiene que es necesario perfeccionar y homologar a nivel internacional las metodologías para dimensionar la emisión de gases de efecto invernadero y considerar además la fijación de carbono por parte de la biomasa que habitualmente no vemos y que está en el suelo. 

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) parte del supuesto que las tierras de pastoreo como pastizales, sabanas y pasturas conservan un equilibrio el balance de carbono a través de los años. Sin embargo, ello subestima la capacidad de los suelos ganaderos para capturar y almacenar carbono atmosférico de manera permanente. Por ello, países como Argentina se ven perjudicados en los números que arrojan los inventarios GEI que son los que justamente absorbe la opinión pública.

En torno a este concepto es necesario reforzar y apoyar la postura de la Sociedad Rural Argentina (SRA) y de la Dirección General de Asuntos Ambientales del Ministerio de Relaciones Exteriores y Cultos de la Nación, que en su momento han cuestionado la conclusión brindada por el (IPCC), sobre que el agro es el segundo emisor de carbono de la Argentina.

Nuestro país posee una producción ganadera a base de pastizales. Esto es un punto a favor para hacer valer su función ecológica y sus servicios ambientales relacionados con el almacenamiento de carbono.

 

La fijación de carbono de nuestros suelos posibilita generar un crédito de carbono en condiciones de neutralizar la totalidad de las emisiones de los otros sectores de nuestra economía. Nuestra ganadería no solo no resulta perjudicial para el medioambiente, sino que vuelve sustentable a la totalidad de nuestro sistema económico. De hecho, Argentina emerge como el país que mostraría el balance de carbono con mayores excedentes en toda la región del Mercosur, secuestrando 12 veces más de lo que emite, comparado con una relación de 3,5 promedio para la región.

 

El dióxido de carbono es el principal gas GEI

Buena parte de la ganadería argentina se desarrolla donde no hay otras alternativas de producción. No es fácil pensar en un posible reemplazo ya que otras actividades resultan hoy en día inviables desde el punto de vista social y económico desarrollar otras actividades. La FAO, a propósito, reconoce que el 70% de las tierras agrícolas del mundo solo pueden destinarse al pastoreo de ganado.

Los rumiantes han existido en el planeta y han acompañado al ser humano desde siempre y si bien es cierto que el metano emitido, principal gas derivado del ganado bovino incide en el calentamiento global, no es el principal gas involucrado en este proceso ya que este lugar es ocupado por el dióxido de carbono.

Además, vale recordar que aproximadamente el 90% del CH4 emitido es inactivado en la estratósfera por un componente químico denominado Hidroxil (OH). Sus consecuencias negativas en la atmósfera se ven de este modo atenuadas a través de un proceso natural, circunstancia que sería oportuno considerar cuando se analiza verdaderamente el impacto de la ganadería en la problemática del cambio climático.

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